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¿Prohibir IA o fomentar el pensamiento crítico?

¿Prohibir IA o fomentar el pensamiento crítico?

Hace casi tres décadas, uno de mis profesores entró al aula con una frase que, en su momento, me pareció exagerada, casi de ciencia ficción: “Jóvenes, cualquier cosa que vayan a hacer en sus vidas profesionales deben encaminarla sobre y para Internet.”

 

Apenas estábamos conociendo lo que significaba tener acceso a la red en la universidad. No había YouTube, ni redes sociales, ni Google como lo conocemos hoy. Y, sin embargo, esa frase marcó una forma distinta de ver el futuro. En ese momento, muchos no sabíamos cómo se aplicaría el Internet a carreras como contaduría, administración o mercadotecnia. Hoy, basta mirar alrededor para ver cómo terminó esa historia.

 

Recientemente, compartí una frase similar con un grupo de estudiantes en prácticas profesionales: “Jóvenes, cualquier cosa que hagan tienen que encaminarla sobre y para la Inteligencia Artificial.” La reacción fue de confusión, escepticismo y, esta vez, frustración.

 

Uno de ellos se tomó la cabeza, apoyó la frente en la mesa y dijo: “En mi universidad ni siquiera nos dejan usar IA. Es como si no existiera, o fuera un tabú.”

 

Aquí radica el verdadero desafío: no se trata de si la IA es buena o mala, sino de cómo enseñamos a pensar con ella, no de evitarla. Si no, pregúntenle a China y a Estados Unidos, que en las últimas semanas tomaron decisiones contundentes para reformar sus modelos educativos e integrar la inteligencia artificial como una materia obligatoria en todos los niveles escolares.

El reto de la inteligencia artificial para docentes: una guía básica - Eduforics - Observatorio de la escuela en Iberoamérica (OES)

El pensamiento crítico es esencial para analizar y evaluar la información antes de aceptarla como cierta. En un mundo saturado de datos y respuestas automáticas, como las que ofrece la IA, esta habilidad nos permite distinguir lo útil de lo superficial, lo verdadero de lo dudoso, y tomar decisiones informadas y responsables.

 

En su momento, también se pensó que las calculadoras volverían “flojos” a los estudiantes.

 

Y más adelante, que el acceso a Internet haría inútil el aprendizaje formal.

 

Y ni hablar del miedo que provocaron los teléfonos inteligentes o las redes sociales.

 

Pero si algo hemos aprendido de la historia es que la tecnología no se detiene, y que la resistencia al cambio solo retrasa lo inevitable. El verdadero problema no es usar o no usar IA, sino formar criterios sólidos para saber cómo usarla. Y eso solo se logra desarrollando el pensamiento crítico desde etapas tempranas.

 

Las nuevas generaciones tienen la ventaja de crecer con herramientas impensables para nosotros. Pero también corren el riesgo de confundir el acceso con el conocimiento, y la inmediatez con la comprensión.

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No podemos educar bajo la lógica de la prohibición tecnológica, pero tampoco debemos permitir que crean que todo puede automatizarse. El equilibrio está en enseñar cómo pensar con estas herramientas, no a pensar por ellas. Y recordarles que, al final, ellos son responsables de decidir qué usar, cómo y para qué.

 

Hoy, igual que a finales de los noventa, estamos en una transición. Pero esta vez no se trata de correr más rápido, sino de saber cuándo caminar, cuándo trotar y cuándo correr… siempre con rumbo claro y pasos firmes, acompañados por la tecnología y las nuevas herramientas que llegan para quedarse.

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